Atrapado en la Nieve: Una Noche de Terror en la Montaña

El viento aullaba como un lamento, un eco constante en la implacable montaña cubierta de nieve. La oscuridad descendió con una velocidad aterradora, borrando los últimos rayos de luz. Era una noche de pesadilla, opresiva y absoluta, donde la soledad se volvía tangible.
Subestimé la furia de la montaña, aventurándome demasiado en busca del observatorio abandonado, un vestigio del pasado perdido entre las cumbres. Cada paso se convirtió en una batalla contra el frío penetrante y la nieve que se acumulaba implacablemente. El silencio, interrumpido únicamente por el silbido del viento, era casi insoportable, una presión que me oprimía el pecho.
Sentía la mirada de la montaña sobre mí, una presencia silenciosa y observadora. Las sombras danzaban en mi visión periférica, creando ilusiones grotescas que jugaban con mi mente adormecida. La paranoia se apoderaba de mí, alimentada por el aislamiento y la oscuridad.
Recordé las advertencias de los lugareños, las historias de alpinistas perdidos en la montaña, víctimas de su implacable clima y su naturaleza caprichosa. ¿Había sido arrogante al ignorarlos? ¿Estaba condenado a compartir su destino?
La nieve caía con mayor intensidad, transformando el paisaje en un mar blanco y uniforme. La orientación se volvió imposible, y la desesperación comenzó a apoderarse de mí. El observatorio, mi objetivo, parecía una quimera lejana.
De repente, una luz tenue brilló a lo lejos, un faro de esperanza en la oscuridad. ¿Era una ilusión óptica, un truco más de la montaña? O, ¿era una señal de rescate, una oportunidad de escapar de esta pesadilla helada?
Con renovada determinación, me dirigí hacia la luz, luchando contra el viento y la nieve. Cada paso era una agonía, pero la esperanza me impulsaba hacia adelante. La supervivencia dependía de alcanzar esa luz, de escapar de la implacable montaña y su noche de terror.
La historia de mi travesía se convierte en una advertencia: la montaña es un maestro implacable, y la arrogancia es un error fatal. A veces, la mejor aventura es la que nunca se emprende.